precipitado y vuelto a la cornisa

sábado, septiembre 12, 2009

Un tal Mashad


Mashad acaba de llegar a la última línea del libro que lee hace una semana después de un período de ansiedad que comenzó allá por el capítulo XIV. Aunque esto no es exactamente así, porque el período de ansiedad comenzó mucho antes, seguramente por el primer o segundo capítulo del libro, porque Mashad quedó de inmediato apresado por la historia. Una historia que, desde el primer párrafo le prometió una de esas novelas que muy pocas veces encuentra. Y Mashad, respecto de temas literiarios, no es un hombre sencillo― más allá de que Mashad tampoco sea un hombre sencillo en los demás aspectos de su vida, pero este comentario, es irrelevante al tema que estamos tratando―, y a pesar de su juicio agudo, esta obra le llamó poderosamente la atención. Es cierto que Mashad quería leer este libro hacía un tiempo. Y puede haber varios motivos que despertaran en Mashad este deseo. Se podría decir que este deseo apareció después de un comentario de algún amigo con el que se cruzara en la calle en alguna librería o en una tienda cualquiera. Se podría decir que este deseo apareció porque el libro es uno de esos clásicos que Mashad tiene como deber pendiende, y decidió hacerlo finalmente para erradicar de una vez por todas esa vergüenza que lo invadía cada vez que un amigo, con el que se cruza en la calle en alguna librería o en una tienda culaquiera le comenta algo sobre el tema. O se podría decir que este deseo aparece porque el jueves anterior, algún amigo, con el que se cruzó en la calle en una librería o en una tienda cualquiera, le habló sobre la entrevista que le hicieron al autor en una revista literaria. Estas son tres opciones posibles de por qué Mashad cultivó este deseo. Tres posibles de una lista que podría considerarse infinita. Tanto como una cinta de Moebius. Y lo cierto, es que estas tres opciones son verdaderas, y verdaderas también son las otras que no se han mencionado, para evitar extendernos sobre minucias que simplemente agregarían caracreres sin mayor peso a este comentario. Porque lo más importante de todo, son los dos sentimientos que Mashad ha experimentado después de arribar al punto final de esta novela. Esa ansiedad que comenzó por el primer o segundo capítulo y que se duplicó cuando llegó al número XIV, y el orgullo con el que ha depositado el ejemplar sobre la mesa de luz, después de haberlo terminado. El motivo de estos dos sentimientos que Mashad experimenta, los conocemos perfectamente. Por eso podemos decir a ciencia cierta, no supuestamente, que esto se debe a que Mashad ha quedado sorprendido, porque esas páginas le han recordado uno de los autores que más admira, que no es otro que ese viejo portugués de apellido Saramago, y que por cierto no es el autor del libro que Mashad acaba de terminar. El autor de esta novela, titulada en la cubierta como Gutiérrez a secas, no es ese viejo portugués, y eso es lo que a Mashad lo llena de orgullo. Porque el autor es un escritor argentino que por apellido no lleva ni Mashad ni Saramago, sino Battista. Además de este, hay otros motivos que a Mashad lo llenan de orgullo y lo hacen sentirse uno entre muchos. Pero eso no vamos a comentarlo ahora, sino más tarde, ya que lo que en este momento incumbe es lo que Mashad piensa de la prosa. Mashad piensa que esta novela es buenísima. Y si bien el término buenísima no condice del todo con el tono de lo que se está hablando, es válida la licencia porque en el cerebro de Mashad resuena esa palabra y no otras, como podrían ser: interesante, amena, valiosa o linda; lo que significa que esta novela es una de las que Mashad considera dentro de las mejores cosas que ha leído. Esto se debe a que la historia cuenta la vida de un escritor, o un hombre que pretende serlo― lo mismo que Mashad―, y expresa, sin decir, pero con una precisión absoluta, las vivencias de este hombre, y por propiedad transitiva, de Mashad. Esas cosas de las que habla la novela, camufladas dentro de una trama llena de intriga, de guiños y de situaciones ocurrentes, son por ejemplo, que todo los escritores inevitablemente se escriben sí mismo, motivo que los termina definiendo como escritores; o que escribir no es nunca una decisión sino más bien una necesidad irrevocable; o que la literatura depende casi siempre de gente que nada tiene que ver con ella o que poco la comprende. Tal vez no es importante que Mashad piense también que el personaje de esta historia es por demás interesante y muy bien delineado, o que el tono de la prosa es sugerente, ameno y visionario; pero son cosas que Mashad piensa y por eso es que corresponde transcribirlas. Y si bien hay muchas más opiniones en la cabeza de Mashad, acá vamos a ir conluyendo el tema, para sembrar el gérmen de la cuiriosidad y especular que otros, como Mashad, se sumerjan en las páginas del libro que acaba de dejar sobre la mesa. Pero antes de que Mashad y todos sus pensamientos se vayan para siempre de esta historia, vamos a volver un poco sobre el sentimiento del orgullo. Porque Mashad sonríe, como sonríe pocas veces, porque lo que le ha hinchado tanto el pecho, es que ese tal Battista― autor que figura en la cubierta―, para Mashad no es la foto en un diario o en la solapa de éste y otros libros. Mashad se ha encontrado con Battista. En la calle en alguna librería o en una tienda cualquiera. Y que Mashad se cruce con alguien en la calle en una librería o en una tienda cualquiera, implica que ese alguien es su amigo. O lo que es lo mismo, está en camino de serlo. Por eso es que Mashad sonríe plenamente.
Es hora entonces de que otros tomen ese libro que ahora ha quedado sobre una mesa. Y de que Mashad se vaya para siempre de esta historia.