precipitado y vuelto a la cornisa

martes, julio 21, 2009

Beverly Hills 90210



Hace algunos años, un día que fui a visitar a mi amigo Herán, me lo encontré leyendo "Boquitas Pintadas" de Mauel Puig. Cuando llegué, me agasajó con una cerveza y unas papitas fritas y dejó el libro a un costado (seguramente muy a su pesar), y me dijo, esto es buenísimo, no puedo parar de leer, si cuando me levanto para ir al trabajo, lo agarro y sigo mientras voy al baño y me hago el café.
Bueno, después de El beso de la chica spider, me sumergí en la literatura de Puig. He seguido con este, el de las boquitas de rojo carmesí. Y me he vuelto a sorprender.
La historia acontece allá por mediados de los '60 y describe el cotorreo y vericuetos de una serie de "amigas" de un pueblo chico (por tanto, gran infierno). Amores cruzados, dimes y diretes, angustias, envidias y la perspectiva del prometor futuro de conseguir marido.
El tema podría sonar trillado o falto de interés. Sin embargo la manera en que Puig construye el relato, lo es todo. Sobre una prosa que navega entre los mares de una literatura epistolar, otra periodística y monólogos interiores, la novela cobra fuerza y una personalidad indiscutidas.
Los personajes delineados con minuciocidad no dejan de aportar valor. Una postal de las mujeres de esa época.
Pero sobre todo esto, otra vez el recurso de Puig es decir lo que quiere decir, sin hablar de ello.
No voy a entrar en detalles porque no termino más.
Son esas cosas que hay que leer.
¡Manu, te queremos!

jueves, julio 09, 2009

A propósito del anuncio anterior


Tuve el placer de encontrarme con Vicente Battista en el Taller literario de Narrativa organizado por el Fondo Nacional de las Artes, taller que el mencionado escritor dicta. Y cuando digo el placer, lo digo así sin tapujos.
Me encontré con un tipo humilde, amigable por demás y apasionado por lo que hace. Sin prejuicios ni esquemas y abierto al diálogo.
Más allá de la experiencia del taller en sí, en el que los alumnos presentamos nuestros escritos que fueron despedazados sin piedad, por Vicente, lo que sin duda habilitó al resto a animarse a hacer lo mismo― cosa por demás positiva―, debo decir que la charla y el intercambio de opiniones y experiencias con Vicente, que se dieron en aquellos momentos fuera del taller (almuerzos, cenas, paseos y otros menesteres) me llenaron de energía y me hicieron sentir que no soy tan ingenuo de pensar que se puede.
Los temas fueron variados. Los mitos y verdades de los grandes concursos. Las posiciones de las editoriales. Los caminos para crecer en esta tarea de la escritura. Sus propias peripecias y experiencias de vida. Y otros tantos, que hacían que tanto yo, como el resto de los alumnos, nos sintiéramos atrapados por la charla. La escena sería una suerte de viejo sentado en un sillón, contando historias a un manojo de niños alrededor de una hoguera.
No sé si aprenderé a escribir mejor con el taller. Creo que eso no es para nada importante a esta altura. Creo que esta experiencia va a ser constructiva por otros ámbitos. Por el lugar de creer con un poco más de fe. Por el lugar de no sentirse tan solo en la tarea. Por el lugar de desmitificar las utopías. Y sobre todo, por ese que se anuda al profundo sentimiento de que escribir no nos es una opción sino una necesidad. Y cuando uno ve eso en otro que ha transitado más de la mitad de una vida con ello, no se siente sapo de otro pozo.
Quedan más encuentros. Eso es lo mejor de todo.

Un policial con presencia




Un periodista, primero por encargo, y luego por interés personal, encara una investigación sobre el célebre comisario Evaristo Meneses.
Aparece entonces Erika, una puta que dice haber sido la amante de Meneses y que asegura conocer la verdad, la verdad clara y al desnudo sobre los sucesos y habladurías tejidos alrededor de la vida del comisario.
Así se emprende la búsqueda de esta verdad que a veces parece forzada, efímera y otra cercana a la mentira. Y el símbolo de un cuaderno que se dice ser una suerte donde Meneses dejaba sus verdades.
Una novela construida sobre la estructura del relato policial, entrelazada con el sexo, y el amor perdido que este periodista pretende recuperar. Compuesto sobre una prosa amena el texto avanza con una agilidad creciente.
El Buenos Aires de los ’60 y el ambiente de los círculos policiales de la época aparecen retratados con soltura y claridad, dando contraste a la actualidad del momento del periodista que encara la investigación.
Sin golpes bajos y sin recursos trillados Battista nos ofrece una novela digna de ser disfrutada. Para quien ama el género, una opción para no dejar de lado.

lunes, julio 06, 2009

Contámela de nuevo


Es domingo, estoy tirado en el sillón de la casa de Juan, cansado y con un poco de fiebre― medio engripado―, entonces miro la biblioteca con poco entusiasmo para ver si encuentro algo que me saque el aburrimiento del día. Descubro entre tantas cosas que no me despiertan mayor interés―no porque no las hubiera sino por mi estado― El beso de la mujer araña. Ah!, me digo, esto debería haberlo leído porque me puede servir para lo que estoy escribiendo. Leo la primera página sin demasiada esperanza y, como quien no quiere la cosa, ya no puedo dejar de leer.
En el marco de una celda, un prisionero político y un homosexual desarrollan una conversación que se extiende más allá de 250 páginas. El prisionero, un hombre por completo dedicado a la causa, es un personaje firme, que sabe lo quiere, que sabe de sus objetivos y de sus ideales. El homosexual, preso por tener un incidente con un menor, en cambio, no tiene demasiado claro quien es, y cuáles son sus valores. Su único objetivo en la vida es salir en libertad para poder cuidar a su madre enferma, lugar que no ha podido abandonar y que evidencian su condición sexual.
Se plantea entonces esta relación entre los procesados que va creciendo a medida que avanza la novela. Y a través de las películas que el homosexual vio cuando niño― hablamos de films de los ’50―, comienza a mostrar todas esas cosas que no sabe de sí mismo.
Las notas al pie, textos científicos y teorías sobre el origen y desarrollo de la homosexualidad, cierran el ciclo, y generan un tríptico conceptual que convierte la novela en un producto impecable. Trama, películas y notas al pie hacen un todo indivisible.
La voz ingenua del homosexual y la visión dura del preso político dan a la prosa una agilidad que nos lleva por una lectura amena, pero no por ello exenta de profundidad. Y estas protagonistas de las películas que Molina narra, nos dan la visión ambigua de los deseos y frustraciones de este personaje.
Sin desperdicios. Manu, te queremos. Yo voy por más, después les cuento.