precipitado y vuelto a la cornisa

martes, noviembre 25, 2008

Surrealismo ponjeano


Anoche estuve mirando un película japonesa― imagino, puede ser china, coreana o de esos lares―. Una película de terror. Premonition se llamaba, era el título traducido al inglés, en su idioma original debe haber sonado como senseihiro. Y la cuestión es que esas películas ponjitas de terror, están muy bien. Y me puse a pensar por qué. Ya que al final de cuentas, no tienen más aditamentos que cualquier otra película del género, de esas que son un bodrio insostenible. En esta, había las mismas incongruencias que en todas y ese desarrollo de la trama que tiene la manía de sacar cosas de la galera sin que tengan relación alguna con lo que venía pasando.
Pero mientras más miraba y miraba la peli, más me parecía que estaba lograda. Me acordé de otras, como la original The Ring― cuya remake norteamericana la superó ampliamente, no así las otras que remakearon―, y también una intitulada The host- excelente-, que vi el año pasado y que trataba sobre un bicho-obvio que se había vuelto grande y malo por alimentarse de residuos tóxicos- que vivía en el río de una ciudad y se iba comiendo a todo el que pasara por ahí.
Me puse a pensar qué era lo que las hacía tener ese glamour del buen terror. Y comprendí todo cuando imaginé a Gastón Pauls en cualquiera de esos personajes. Claro, Gastón, por más empeño que pusiera iba a terminar haciendo fracasar el film. Y ahí comprendí que ser ponjita tiene algo de surrealista. Y que eso es lo que aporta a la trama sin contenido el contraste necesario que agrega un plus de interés. También hay algo de cómo esas culturas toman el tema de la muerte y la conceptuali- zación del espíritu. Pero más allá de eso, terminé concluyendo que sobre todo, es el aspecto de los actores.
Esas cosas que uno descubre sin saber por qué. He dicho, ser ponja es surrealista.

Lo absurdo de lo absoluto

Escrito por Italo Calvino en 1951, El vizconde demedia- do (Siruela 2008), es la primera incursión del autor dentro del género de lo fantástico. Y este libro será el primero también de una serie de novelas que conformarán una unidad en cuanto a criterios estéticos, narrativos y de germen de idea. Vendrá El caballero inexistente y El barón Rampante.
Dentro de una narrativa de época, plagada de romanticismo y con un cercano parentesco a las novelas de caballería― recordemos el Amadís de Gaula―, la prosa se desarrolla con un estilo ingenuo y con la utilización de recursos bastante llanos.
La historia se inicia con el absurdo, y por el mismo camino transita hasta el final. El vizconde Medardo de Terralba es partido en dos por un cañonazo proveniente de los turcos. Y así entonces, como su cuerpo, en lo palpable, se ha dividido, también sufre el mismo destino su razón moral. Aparece un personaje fragmentario, demediado en la historia de la novela y también en la composición narrativa, porque las andanzas del vizconde comienzan a contarse como son vividas, por un lado las del Bueno, y por otro las del Malo. Hay una sociedad absorta ante el hecho. Primero la sorpresa de descubrir que ese medio hombre que ha vuelto de la guerra―el Malo― no es el mismo que partió, ni en forma ni en espíritu. Esta mitad mala hace de las suyas hasta que llega la confusión, confusión en forma y en espíritu otra vez, porque este pueblo no comprende cómo es que por un lado el vizconde actúa de forma tan maléfica y por otro tan benevolente. Esto sucede hasta que se descubre que la otra mitad también ha vuelto―y aquí algo del romanticismo y la ingenuidad de pensar que quién no podría advertir que esas dos mitades no son las mismas ya que una es la derecha de un hombre y la otra es la izquierda―. Así Calvino nos sumerge en los cuestionamientos más profundos, seduciéndonos con esa prosa amena y clara a entrar en una frivolidad que simplemente es una máscara, porque al fin nos lleva al plano de plantearnos pensamientos que van mucho más allá de lo que a primer esbozo puede verse. Y hacia el final todo comienza a tomar un rumbo diferente porque se alcanza a vislumbrar que ese absoluto de maldad y bondad que tienen cada mitad es bastante ficticio y forzado, y que finalmente no caben dentro de lo real. Es por eso que la gran popularidad del Bueno comienza a perder fuerza entre sus seguidores, y el profundo odio al Malo se va disolviendo. Porque lo absoluto no cabe en el mundo en el que vivimos. Y porque si así fuere, las cosas serían absolutamente absurdas. Así se desarrolla esta guerra, guerra que sufren los pobladores y guerra que sufre el mismo vizconde al querer erradicar una de estas dos mitades, hasta que se comprende que ninguna puede permanecer sin la existencia de la otra, y que esta tarea daría como resultado la extinción de uno mismo. Sólo resta entonces, como para que quede en sello hacia el final del libro, cómo es que hace el hombre para poder comprender, y aceptar sin odio o idealización, esa convivencia inevitable que nos distingue, y que es poder ser parte de tantas contradicciones al mismo tiempo.
Italo, sos mi ídolo.
Y recuerdo en cine Vidas cruzadas, que nos lleva al mismo pensamiento.

sábado, noviembre 22, 2008

Todo llega para quien sabe esperar


La primera escena es un primerísimo primer plano de la luz de un semáforo. Roja. Un instante. Ahora verde. Roja otra vez, un poco más de lejos. Ahora verde. Puede verse hasta el detalle de la trama del vidrio que forma el semáforo. Roja. Verde. Y ahora la sobreexposición de la imagen es tanta que todo se tiñe de blanco. Blanco. Y entonces, un auto detenido entre al frenesí del tráfico de una ciudad desconocida. Primero es una postal en silencio. Después se escuchan los bocinazos y las puteadas. La ciudad es algo indefinida, abstracta. La fotografía es cruda, los granos son gruesos y parecen esas fotos que tomaban nuestros padres con sus cámaras. Y mientras cuento ese auto que detiene el tráfico aún esta quieto. Y ese sin color que regla la presencia del blanco está plasmado en la imagen. El auto quieto en ese mar de hormigas de chapa. El conductor está ciego. Ciego en blanco. En ausencia. Es el primero que se quedó ciego. De todos, menos una.
Let’s get ready!
Crudeza absoluta. Y de vez en cuando, cuando la escena lo amerita, una música un tanto disonante con la imagen. Algo alegre. ¿Algo irónica? Ahí hay algo entonces que en la cabeza del espectador no concuerda. Algo que no alcanza a poder ser ensamblado. Y viene la primera desilusión, hasta que uno recuerda cómo es cuando decide sumergirse en la prosa de Saramago. Porque esa es la sensación que se siente. Que algo no concuerda. Y esa disonancia es la voz de un narrador que cuenta una historia tremenda desde su posición de autor. Una posición que no es tremenda, tal vez ese autor está contento, y contento cuenta su historia de crudeza. Entonces así la música se entiende.
Con una fidelidad absoluta a la trama de la novela, Blindless se desarrolla sin fisuras, sin golpes bajos, y sin la exageración de recursos. En un intento más que logrado, Meirelles consigue traducir las intenciones del texto al formato de la pantalla. Y consigue traducir hasta el tono de la prosa. Y eso es admirable.
Les gustará más o menos. Les parecerá a muchos, sosa, sin contenido. Puede suceder que alguien crea que hay escenas que intentan decir algo que es nada. Y sin embargo está todo dicho.
Los ciegos parecen ciegos. Y no los ciegos de las telenovelas argentinas. Son ciegos, de ceguera blanca.
La película ha perdido, como hemos dicho antes. Pues en cualquier traducción hay cosas que se pierden. Que bueno que ahora se perdió lo mínimo indispensable.
No voy a ponerme a escribir mil párrafos. Está ampliamente lograda con actuaciones impecables.
Y para la gracia de Maru Castaña, podrá ver a Mark como vino al mundo, a parte de estar muy bien en su papel.
El que tenga ojos para ver, que vea.

La polémica Montero


¿Qué pasa cuando uno se pone a discutir, y discurrir sobre libros? Pasa eso, que uno discute y discurre. Y sobre todo, presenta sus experiencias frente a un texto y su punto de vista. No creo demasiado en los esquemas. No creo en las pautas literarias por excelencia. Es decir, la evaluación de las obras desde un punto de vista técnico y según cánones que reglen la buena literatura. A ver, cómo explicar que si bien soy rebelde, eso no es lo mismo que ser necio.
Existen cánones y reglas. Creo en ellas- y pareciera que me estoy contradiciendo, pero no es así- porque lo cierto es que las cosas raramente son blancas o negras, en general la verdad se acerca más al gris. Digamos mejor que no creo en los extremos, por eso me molesta la guerra acérrima que se genera entre el academicismo y el comercialismo artístico. Las reglas pautadas, están. Y más que para seguirlas, creo que están para conocerlas. Porque quién no conoce las reglas, entonces no puede tener claro el concepto cuando se decide torcerlas. Y por ahí creo que va la cosa artística, por buscar un camino nuevo. Y nuevo, sin ninguna duda, no es nada que esté basado en reglas ya probadas y evaluadas en sus resultados. Esto lo digo, porque estoy convencido de que el camino del artista se basa en una búsqueda constante, y buscar es explorar en aquellos lugares que nos son desconocidos. De ahí que las perspectivas sean muchas. Y muchas las opiniones. Así es que se puede discutir sobre literatura, y a mi criterio, nadie tendrá la verdad absoluta, solamente la experiencia de un camino recorrido. Por eso es que acepto criterios diametralmente opuestos, a los míos, o a los que se planteen en la discusión. Pero de lo que sí tengo que poner los puntos sobre las íes, es de que uno debe saber reconocer las diferencias entre su opinión, y una visión objetiva de la situación. Así se establece una clara distancia entre decir: “Esto es un verdadero desastre” o “No me gustó para nada a pesar de estar bien escrita”. Y claro, todas las áreas grises con que estas dos frases puedan pintarse.
He dicho, no a los extremos, ni al capricho, ni a la envidia, ni a la soberbia. Sólo a la visión, al menos, que intenta ser objetiva. Y sí a las discusiones constructivas, porque así se crece.

jueves, noviembre 20, 2008

Subite, Metrovías


Es de noche en el Buenos Aires de 1939 y en el escenario de la construcción del ramal D del subterráneo, un atorrante presencia la muerte misteriosa de un amigo. La trama arranca con la clásica oscuridad y el ambiente de las novelas de terror. Y continúa andando por ese camino. Y si bien todo avanza de forma entretenida (que no es lo mismo que interesante) estoy cansado de que me endulcen con un caramelo para terminar dándome pura sopa. Porque cuando uno se sumerge en Hacé que la noche venga de Fernando Oyola (Literatura Mondadori 2008), en el primer caprítulo se encuentra con una voz muy personal y un texto acertadamente coloreado con anécdotas y con la creación de un personaje, escenario y situación muy seductores, pero después de eso se ve poco.
Pero, la puta madre, ¿qué pasa que se acaban las ideas al terminar el primer capítulo? Y sinceramente, me agarra la bronca, porque es como que lo hicieran a propósito para venderme el libro. Sí, obviamente no voy a leer más que el primer capítulo si estoy parado en la librería decidiendo.
Pero bueno, seamos objetivos y desestimemos un poco el enojo.
La novela no está mal. Es amena y con personajes que terminan simpatizando, sobre todo los envueltos por esa marginalidad del ciruja, que nos obliga a ver la historia desde un punto de vista diferente. Eso es interesante. Es como ver Buenos Aires desde abajo, desde los rincones.
No me gustó que el escenario se limitara a la obra en construcción del subte. Me hubiera gustado un poco más de postales urbanas de aquella época.
Y en un momento perdí en interés. Cosa que no es lo mismo que se me caiga de las manos. Se pierde la sensación de inercia de lectura. Que es esa sensación de ir subiendo y subiendo en la montaña rusa para esperar la caída, pero cuando llega, es cortita y poco empinada.
Sí encontré un aire de Poe metido entre las líneas. Por ahí demasiado anecdótico, y otras veces con buenas intenciones.
Se suceden las muertes después de esta primera. Y son muertes de esas que nadie se explica. Los muertos dicen que la noche les respiró en la cara. Y que el diablo anda por esos túneles.
Leonardo Oyola nació en el ’73 y para envidia de muchos ha publicado varias novelas siempre dentro del policial y lo fantástico. Yo creo que Leonardo tiene pasta, tiene una cosa de marginal y rebeldía. Y aunque esta no me convenció del todo, es una linda novela.

domingo, noviembre 16, 2008

Cuando la espera desespera


¿Qué pasa cuando no hay nada para hacer, cuando no hay nada por hacer, ya sea por razones particulares, o por razones de fuerza mayor? Este es el punto de partida de la novela La expectativa, Damián Tavarovsky (Literatura Modadori 2007). En un país en crisis se presenta un personaje en crisis, obligado a la angustiante situación de una espera que no se sabe cómo ni cuándo termina.
Bajo una prosa impecable, clara e indiscutiblemente amena Tavarovsky compone esta novela que en la humildad de sus páginas- sólo son 142- nos acerca a una obra mucho más grande.
Con una narración contemporánea que apela a recursos fundados en temas actuales, se sumerge al lector en el interminable círculo de la expectativa, ese ciclo angustiante de recorrer un camino inmensamente circular. Y voy a citar algunos párrafos porque el libro esta subrayado como a mí me gusta: “El círculo se le había impuesto a Jonathan como la forma más lenta de evitar la caída. Pensó: «Recorrer un círculo debe ser más lento que una recta»”.
Los conceptos que se describen, y los sentimientos, muchos- que son uno- reunidos en la inmensa vacuidad de aguardar, están manejados metafóricamente de forma filosófica.
Una novela sin desperdicios donde la trama es simplemente una excusa para bucear en las profundidades de la mente humana y de cómo los pensamientos que la componen pueden jugar en detrimento o en beneficio de quien los lleva según la velocidad que el propietario les vaya imprimiendo. El círculo que puede hacerse indetenible.
Se sumerge al personaje en su entorno porteño, el entorno de un país del que es un engranaje, lo quiera o no. Y se plantean la totalidad de las cosas, y el vacío completo. El negro y el blanco. O las dos caras de la misma moneda.
Cortita, y a pesar de lo complejo del planteo, con una claridad tan tremenda que cualquiera puede entender que es lo que no están diciendo.
Y los dejo con este fragmentito, para ver si se entusiasman: “Siempre he tenido un perfecto control, como el esquiador que esquiva una a una todas las trampas mortales, hasta llegar al final. La expectativa: estar a la espera de algo. Vivir en la víspera. Al filo del agua. En la inminencia. Al pasado sólo puede detenérselo como una imagen que relampaguea, para nunca más ser vista. Y después el descenso, la falta absoluta de interés. Leve ascenso, larga caída”.
PD: Y a comentario respecto del diseño, me encantó la tapa también, esa bolsa que nos hace dar ganas de abrirla aunque sabemos que está llena de nada. Síntesis por todos lados.

Instrucciones mal impartidas


No me gustó nada. Para qué les voy a mentir. Hablo de Instrucciones para salvar el mundo de Rosa Montero (Alfaguara 2008). Y encima entré como por un tubo, porque el primer párrafo es buenísimo. Y cuando uno abre un libro y ve que el primer párrafo es conciso, con una composición clara y una idea universal, piensa indefectiblemen- te que el libro estará poblado de estas cosas. O si bien no poblado, que uno se va a encontrar con estos hallazgos de vez en cuando.
Pero bueno, no pasó del primer párrafo. Y a medida que fui avanzando me fui encontrando con muchos lugares comunes y muchas frases anecdóticas. La trama en sí me pareció llena de lugares comunes, más cerca de ser un libreto hollywoodense que una composición narrativa.
Ciertas palabras y sucesos suenan forzados, no porque estuviesen mal elegidos, sino porque se sienten mal colocados.
La historia promete una noche eterna de una serie de personajes que van a empezar a entrelazarse. Pero la historia no dura una noche, dura varias, porque claro, eso de contar unas pocas horas en un volumen de trescientas páginas por ahí es sólo cosa que puede hacer gente como Virginia. Y si bien el planteo general arranca interesante, luego comienza a naufragar paulatinamente.
La novela tiene un tono dramático pintado en la comedia, cosa que me parece muy bien. Pero pasajes que pretendían narrar una situación muy negra y angustiante ― experiencias sadomasoquistas de uno de los personajes― pierden valor por este tono jocoso. Esto puede ser una intención de Rosa, pero me da la idea que el chiste termina cubriendo lo esencial de la trama, como una película de ciencia ficción sostenida solamente por buenos efectos especiales.
Pero bueno, al fin puedo rescatar los comentarios de Cerebro, una científica devenida en alcohólica, que aporta una serie de teorías reales de famosos investigadores, que le dan a la historia una idea interesante de que lo irracional, circunstancial y azaroso cabe también dentro de una lógica.
Los diálogos suenan bastante infantiles y a veces innecesarios. De esto puedo decir que yo tengo una aversión personal a las narraciones demasiado dialogadas, así que tal vez acá peque de subjetivo.
Y no me voy a explayar más porque no tengo mucho más para decir.
Y yo que estaba tan entusiasmado cuando compré mi librito nuevo.
Y no es nada personal con Rosa, al contrario, me cae súper simpática.
Me espera Calvino con su Vizconde demediado. Creo que eso me levantará el ánimo.

miércoles, noviembre 12, 2008

La máscara de los sueños


Cuando nos enfrentamos con El benefactor, de Susan Sontang, nos encontramos con una novela profundamente interesante, compuesta en una prosa formalista y dinámica a pesar de que muchas veces la trama presenta escenas densas y surrealistas.
El libro cuenta la historia de este benefactor que plantea sus vivencias desde dos puntos de vista: la realidad y una serie de sueños que comienza a experimentar en forma repetitiva. Estas dos perspectivas poco a poco comienzan a mezclarse, y así el lector empieza a transitar un camino incierto, sin poder, por momentos, distinguir en cuál de esos ámbitos transita su lectura. Esta manera de narrar hace que el lector experimente esa sensación que a uno le queda cuando al despertar no puede percibir si ya es la realidad o continuamos en el sueño.
Digo que es una obra por demás interesante, si con lo anterior no ha quedado clara mi postura. Es más, tengo el libro marcado con muchos post-it, subrayado y anotado en los márgenes. Cosa que hago con los libros que me parecieron buenísimos.
Muchas veces los sucesos de la trama cambian de forma imprevista, o aparecen de la nada personajes. Esto está permitido por esta dinámica onírica en la que se desarrolla la novela, y también justificado por el sentido de que tal vez sólo interesa la metáfora de lo que se está narrando, situación muy emparentada con la psicología de la interpretación de los sueños; más allá de que la autora se encargue de aclarar expresamente que es otra su intención.
Los sucesos surrealistas e inverosímiles de los que está poblada crean un ambiente pantagruélico que me hace recordar un poco a El banquete de Severo Arcángelo de Leopoldo Marechal.
Aquí nos encontramos con una novela donde el camino que elige el benefactor es pagar con bienes materiales sus propias culpas, y donde son sus sueños― por tanto él mismo― quienes enjuician y castigan. Se plantea así un camino de frivolidades que conlleva a aceptar las pérdidas.
No tengo otras palabras. La prosa, muchas veces densa por su contenido simbólico no deja de ser seductora y de mostrarnos el idealismo y la fuerte postura declamatoria de su autora.
Que bueno que de vez en cuando uno pueda cruzarse con libros como éste. Esos libros que a uno le dejan ganas de seguir investigando en la producción del autor. Y también, porque no mencionarlo, que costó la módica suma de $26 pesos en una edición rústica pero cosida de Punto de lectura.
A leerlo.

martes, noviembre 11, 2008

Las películas de mi vida


Veo, que después de estar horas escribiendo artículos interesantes sobre libros que he leído y opiniones que nos conciernen respecto de los procesos editoriales, el comentario nimio- pero enérgico- de la tardanza del estreno de Blindless causó más polémica que estos otros tan elaborados. Así que me veo en la obligación de desmitificar esta situación de las novelas que han sido cinematografiadas.
Partamos de la base que coincidimos en la premisa de que por lo general, las novelas que son trasladadas a la pantalla grande, terminan componiendo películas de mierda.
Sin embargo, existe como una cosa medio masoquista al respecto. O al menos a mí me pasa, que cuando me entero que una novela que me gustó ha sido llevada al cine, me entra la ansiedad de correr a ver cómo en esa gran tela blanca puede representarse mi imaginación. Y sí, el 99% de las veces, el que se puso a hacer la película le importó muy poco lo que yo imaginé cuando leí el libro. Y entonces uno sale así con ganas de quemar el correspondiente estudio cinematográfico con los susodichos productores y actores inmiscuidos en el proyecto.
A pesar de ello, como han dicho ustedes con sus ejemplos, de vez en cuando, aparece entre este fango inevitable un diamantito humilde pero brillante. Agrego a la lista, El Perfume y El Señor de los Anillos. Tengo más, pero en este momento no se me vienen a la mente.
Convengamos también que los lenguajes son muy diferentes, literatura es igual a letras en un papel liberando por completo la forma y las imágenes a las capacidades imaginativas del lector, mientras que el cine es pura imagen y sonido donde ningún hueco queda para que el espectador lo llene. Y esto casi es como una traducción. Es inevitable que se pierda mucho en el proceso. Es como querer meter un elefante dentro de un Fiat 600 (sabrán que se puede, pero tiene su costo).
Por ello no se enojen tanto y mantengan el beneficio de la duda, al menos, hasta que la veamos. A ésta y a tantas otras que vendrán.
Y como consuelo podemos pensar que a pesar de los esfuerzos cinematográficos, la literatura sigue conservando ese lugar inamovible.

miércoles, noviembre 05, 2008

El infierno tan temido

¡La puta madre! Como era de esperarse, estrenaron la película Ceguera (Basada en la novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago) a tiempo, pero en Buenos Aires.
Qué va a hacerle, estamos en el campo...

Una de cal y varias de arena


Después de varios intentos por leer esta novela, al final la terminé. La tercera es la vencida. E hice bien los deberes, porque la empecé desde el principio nuevamente.
Estoy hablando de El turno del escriba (premio Alfaguara de novela 2005) de las chicas Graciela Montes y Ema Wolf. Y me sorprendieron algunas cosas, y me quedé con ganas de otras.

Dentro de las virtudes del texto, tengo que reconocer el impresionante trabajo de las autoras del retrato de época logrado, y logrado con tanta precisión que se genera un ambiente impecable alrededor de la narración. Y esto no es menor, ya que las autoras no anduvieron jamás por aquellos pagos, sino que hicieron todo esto desde la investigación. Investigación que creo que les llevó 5 años. Otra cosa a destacar es, que en esta dupla de plumas, las manos diferentes no se alcanzan a ver, y eso no es para pasar por alto, porque si bien me imagino que mucho habrán peleado y también corregido, hay una uniformidad constante a través de toda la prosa. Pensemos que escribían un capítulo cada una― se peleaban después cuando se los cambiaban― y que a pesar de la mucha charla y puntos en común que debe haber habido previamente, no dejan de ser dos personas diferentes. Esto también se debe un poco a que el recurso más utilizado es la enumeración, desarrollado casi en la totalidad de la novela, y que pensándolo bien, dentro de las herramientas estilísticas de esta disciplina es el más neutro de todos. Eso por momentos, me cansó un poco imprimiendo tedio a la lectura. Y me hizo pensar si la prosa no está sostenida solamente a través de este capricho.
La novela empieza muy bien, Rustichello, un escriba preso en las cárceles de Génova, se encuentra con la gracia de tener un nuevo compañero de celda, que es no es otro que Marco Polo. La escena de la llegada del veneciano es muy pintoresca. Está narrada alrededor de un suceso que describe que la suerte al fin está del lado de este escriba que nunca ha despertado mayor interés en la realeza y que ha sido conminado a copiar escritos protocolares. Con Marco Polo no sólo llega la compañía para el escriba, sino también la oportunidad de oír todas esas historias que le permitirán escribir el libro que animará la curiosidad de cuanto rey se ponga por delante. Digamos como que es la oportunidad de a que a este muchacho lo agarre una editorial de alcance latinoamericano y además lo traduzcan a varios idiomas, así que imagínense de su alegría. El tema acá, es que el único que termina escuchando todas esas historias es el escriba, porque en el libro cuando se alcanza a vislumbrar alguna línea que promete algo de esto, Ema y Gaciela ahí se quedan y no se dignan a contárnoslas. Así llegué hasta la última página, esperando alguna de las andanzas de Marco, tan épicas y míticas. Pero me quedé, esperando no más.
Sí me encontré con muchos pasajes interesantísimos sobre el proceso interno que va viviendo Rustichello al armar su libro, que no es otra cosa que una novela. Por ejemplo, el capítulo titulado Una barca inestable, no tiene desperdicios, ya que describe con palabras y ejemplos precisos cómo el proceso de composición de una novela es una tarea incierta sostenida en una cuerda floja.
Los personajes me parecieron un tanto desdibujados. Será tal vez por esta concentración en el proceso de la escritura de los pliegos que las autoras corrieron la vista de sus muchachos. Pues mal hecho porque me quedé con gusto a fósforo otra vez.
De todos modos se puede llegar al final no con demasiado esfuerzo. Hay pasajes interesantes y la novela no es extensa. Pero queda esa sensación de que además de que me contaran cómo se escribe un libro y como pintaba Génova en esas épocas, quería saber por qué eran tan interesantes las historias de Marco Polo. Me armaron un revuelo impresionante cuando la novela ganó el premio, y yo salí a comprarla. Mucho ruido y un poco más que pocas nueces.


Siempre que nos juntamos con Pablo Colombi, por un lado o por otro, termina haciendo su tremenda acotación acerca de los logros de Liliana Bodoc: “Liliana me cagó la vida― dice en tono irónico― porque me ha obligado a creer”. Obvio, todo esto es un juego de palabras para decir que si en algún momento había perdido las esperanzas de ser publicado, los ejemplos de Liliana Bodoc, desde su primer tomo de la Saga de los Confines, pasando por todos sus libros de literatura infantil y juvenil, hasta sus recientes Memorias impuras, han sido motivo, tanto para Pablo como para muchos de nosotros, para pensar que si bien el camino puede ser arduo, tedioso y demorado, por algún lado está. De todos modos Liliana no es la única. Recientemente en la revista Ñ digital leí un artículo que amalgama experiencias de autores inéditos que con sus primeras publicaciones alcanzaron grandes éxitos editoriales. Acá les dejo el link, para que le den una mirada. Así se avivan un poco las esperanzas, y se ponen a escribir con más ahínco.